El fatal turno de Hugo en La Moneda: la trama de abusos laborales que develó tragedia de gásfiter
De sus últimas 48 horas de vida, Hugo Morales trabajó 29. Su último turno como gásfiter se prolongó por 18 horas, hasta que murió de un ataque cardíaco. Tras su partida, desde el Subdepartamento de Mantención Técnica —en lo más recóndito del subterráneo de La Moneda— brotó un largo historial de abusos laborales, incluyendo denuncias por maltrato que han quedado en nada y hasta un récord de 117 horas extras en un mes. Un golpe al corazón del discurso de la Ley de 40 horas del Ejecutivo. Los jefes denunciados, pese a todo, siguen ahí. En el Palacio, las tensiones internas siguen escalando y muchos traen a colación otro caso similar, del año pasado, cuando un funcionario de la Segpres también falleció en la casa de gobierno. Por primera vez desde la partida de Hugo, la familia decidió dar su testimonio a BBCL Investiga.
En un rincón del subterráneo de La Moneda, mientras reparaban el lavamanos de una pequeña oficina al interior de la sala de primeros auxilios, a Hugo Morales Lobos (63) le vino un fuerte dolor en el pecho. Su corazón estaba fallando. Miró a su colega, Ricardo (36), y le pidió ayuda antes de caer desvanecido.
Con la casa de gobierno prácticamente vacía a esa hora, atinó a llamar al jefe, quien avisó a la guardia de Palacio. Uno de ellos, con conocimientos de reanimación, inició las maniobras.
En adelante, los reportes difieren en algunos detalles. Según el informe del prevencionista de riesgos de La Moneda, a las 2:13 llamaron al SAMU y la ambulancia de la ex Posta Central arribó a La Moneda 12 minutos después, a las 2:25. El informe del hospital, en tanto, asegura que en realidad llegó a las 2:30.
Como sea, una vez allí siguieron con las maniobras de reanimación en el lugar y luego a bordo de la ambulancia, que llegó al recinto asistencial a las 2:59. Tras 26 minutos de masajes cardíacos y otros esfuerzos, a las 3:26 los profesionales declararon a Hugo médicamente muerto a causa de un paro cardio respiratorio.
Estaban ahí, en plena madrugada, porque supuestamente era una labor urgente. Según declaró el propio Ricardo, implicaba cortar el agua potable del Palacio. Y para no interrumpir el suministro en horario de oficina, requería hacerse de noche.
De acuerdo a varios trabajadores, aquella habitación estaba siendo preparada como sala de lactancia. Y las jefaturas habían ordenado que tenía que estar lista para el lunes 30.
Formalmente, el viernes 27 Hugo tenía turno de 8:30 a 17:30. Pero de acuerdo a los registros biométricos de asistencia, empezó su última jornada a las 8:17 y se terminó abruptamente la madrugada del sábado, con el ataque cardíaco. En la práctica, en su último día, estuvo trabajando por casi 18 horas. Una abierta contradicción, dicen cercanos al caso, al discurso de una administración que ha promovido la Ley de 40 horas semanales.
—Le cargaron mucho la mano —dice hoy su hijo Fernando en conversación con BBCL Investiga.
Según un informe de la Dirección del Trabajo, sólo durante septiembre Hugo acumuló 28 horas extras. Y no era ni de cerca su mayor registro. En enero, abril, mayo y agosto superó las 50 horas por sobre su jornada regular. Una práctica que —según acusan extrabajadores y agrupaciones de funcionarios— se volvió común entre los técnicos de La Moneda desde 2021, cuando Noé Marinao Navarrete (56) quedó a cargo del Subdepartamento de Mantención Técnica.
Una costumbre que también ha sido avalada por su superior, Fernando Tobar Marchant (61), jefe del Departamento de Logística. Ambos son dependientes de Antonia Rozas Fiabane (44), directora administrativa de la Presidencia de La República, asesora de confianza y cercana al Presidente Gabriel Boric Font (38).
En sus últimas 48 horas de vida, Hugo trabajó 29. Hizo 10 horas extra sólo en su último turno.
La última semana de Hugo
Entre lunes y miércoles, en su última semana de trabajo, Hugo no tuvo días tan sobrecargados. Cumplió su jornada normal. Llegó relativamente descansado tras pasar las Fiestas Patrias en Pichilemu con su familia.
Viajaron prácticamente todos. Partiendo por su esposa, Maritza Soto Ortega (62), además de sus hijos Mauricio (35), Cristóbal (34) y Diego (32). Sólo faltó Fernando (40). También fueron las nietas, las nueras y hasta se sumó el cuñado y algunos sobrinos.
Pero a mitad de semana, el panorama laboral fue cambiando. En principio, no tanto para Hugo, pero sí para su colega, Cecilia (41). El miércoles ella llegó para el turno de noche de 20:00 a 02:00, pero tuvo que quedarse hasta las 08:00 del jueves.
Según cuentan funcionarios del Palacio, ese jueves —pese a que venía saliendo de una jornada de 12 horas y amaneció trabajando— a Cecilia la citaron a una “reunión” después de almuerzo. Acudió acompañada de su hija, sin saber que una vez allí le iban a pedir que se quedara. Tuvo que ir a dejar a la niña a su casa y volver para otro turno que duró más de 10 horas, hasta poco después de la medianoche.
Y para el viernes ya estaba reventada. De acuerdo a su registro de asistencia, volvió a ingresar apenas unas horas después, a las 05:50.
Ricardo, por su parte, tuvo una sobrecarga similar e incluso peor. Lunes y martes tuvo su turno normal de día, pero el miércoles le tocó de noche y completó un turno de 12 horas de 20:00 a 8:00, aunque en teoría debería haber terminado esa jornada a las 02:00 de la madrugada. El jueves también tuvo jornada nocturna, pero pudo irse “sólo” 30 minutos sobre el tiempo establecido, a las 2:30. Para él, la pesadilla empezó el viernes: entró nuevamente a las 8:00, menos de seis horas después de su última salida y permaneció en el Palacio hasta la fatídica madrugada del sábado.
Era el más nuevo. Había empezado recién en septiembre con un contrato a prueba por tres meses.
Sergio (29), otro integrante del equipo, se había incorporado en abril. Aquel viernes 27 estaba en sus horas clave, pues cumplía seis meses y se definía su continuidad. Ese día le informaron que no seguiría.
—A ese trabajador lo despidieron. En el fondo fue un autodespido. Se negó a quedarse —dice la familia.
Ninguno de ellos participó en este reportaje. Según explicaron fuentes internas, tenían miedo a ser objeto de represalias. Algunos ni siquiera respondieron a los mensajes de BBCL Investiga.